sábado, 14 de marzo de 2015


 LA INSOSTENIBLE UTOPÍA DIGITAL


A finales del pasado milenio tuvo notable difusión global un ensayo en tres volúmenes titulado “La era de la información”. Manuel Castells, como nuestros actuales capitanes de Silicon Valley, no era pesimista1. En sus conclusiones también sostenía que un nuevo mundo estaba tomando forma en aquel final de milenio, ya que «la historia solo está comenzando, nuestra especie ha alcanzado el grado de conocimiento y organización social que nos permitirá vivir en un mundo predominantemente social». En sus páginas finales dedicaba un breve epígrafe a algunas tendencias que podrían configurar la sociedad de comienzos del siglo XXI. Sorprende comprobar cómo entre los asuntos considerados en ambos ensayos no hay ni rastro en la cuestión de la energía, los recursos o el medio ambiente.

Una ausencia clamorosa. Es tanto como suponer que nuestro conocimiento técnico y organización social nos permitirán esquivar un desequilibrio creciente entre los recursos mundiales de energía o materiales y un consumo mundial galopante. Y escamotear los conflictos potenciales que se plantearán en esta disputa. Medio mundo es, y será, un territorio bajo tutela, donde se disputarán las hegemonías y los contratos. Y más aún si los alardes tecnológicos nucleares (como pasó al alumno ejemplar que fue Japón) se bloquean por razones antes ninguneadas. Rusia, Brasil o China lo saben. En EE.UU., Francia o el Reino Unido nunca lo olvidaron.

Es este un nubarrón que enturbia no poco aquel incierto optimismo sociológico derivado de combinar el hipercapitalismo con la hipertecnología, el hiperindividualismo con el hiperconsumo. Dominio de la naturaleza, productividad y competitividad. Todo muy global. Todo muy inmaterial, financiero, mediático, superando el espacio y el tiempo por medios electrónicos. Hasta que hay que hacer cosas tan antiguas como llenar el depósito, encender, refrigerar, calentar, beber, construir, comer. 

De manera que en este siglo XXI podrían resurgir con fuerza conductas bárbaras y de poder, instintos básicos, racismos y xenofobias, retóricas nacionalistas, guetos sociales (tanto para los excluidos como para las élites dominantes), profetas y gurús salvadores. Una economía criminal global, de bancarrotas y burbujas, con una clase media menguante y ya sin contrato social entre capital, trabajo y Estado.

No veo yo el sueño de la Ilustración a nuestro alcance, tampoco que la era de la información y el futuro digital nos abran las puertas a una libertad sin precedentes. Avanzamos con paso firme, más bien, hacia un nuevo Medioevo; eso sí, con mucho Google, Facebook y Twitter

(Publicado en la sección de OPINION de La Voz de Galicia el 22 mayo de 2012)

1Cito por la edición en castellano de Alianza Editorial.

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