LA INSOSTENIBLE UTOPÍA DIGITAL
A finales del pasado milenio tuvo notable difusión global un ensayo
en tres volúmenes titulado “La era de la información”.
Manuel Castells, como nuestros actuales capitanes de Silicon Valley, no era pesimista1.
En sus conclusiones también sostenía que un nuevo mundo estaba
tomando forma en aquel final de milenio, ya que «la historia solo
está comenzando, nuestra especie ha alcanzado el grado de
conocimiento y organización social que nos permitirá vivir en un
mundo predominantemente social». En sus páginas finales
dedicaba un breve epígrafe a algunas tendencias que podrían
configurar la sociedad de comienzos del siglo XXI. Sorprende
comprobar cómo entre los asuntos considerados en ambos ensayos no
hay ni rastro en la cuestión de la energía, los recursos o el medio
ambiente.
Una ausencia clamorosa. Es tanto como suponer que nuestro
conocimiento técnico y organización social nos permitirán esquivar
un desequilibrio creciente entre los recursos mundiales de energía o
materiales y un consumo mundial galopante. Y escamotear los
conflictos potenciales que se plantearán en esta disputa. Medio
mundo es, y será, un territorio bajo tutela, donde se disputarán
las hegemonías y los contratos. Y más aún si los alardes
tecnológicos nucleares (como pasó al alumno ejemplar que fue Japón)
se bloquean por razones antes ninguneadas. Rusia, Brasil o China lo
saben. En EE.UU., Francia o el Reino Unido nunca lo olvidaron.
Es este un nubarrón que enturbia no poco aquel incierto optimismo
sociológico derivado de combinar el hipercapitalismo con la
hipertecnología, el hiperindividualismo con el hiperconsumo. Dominio
de la naturaleza, productividad y competitividad. Todo muy global.
Todo muy inmaterial, financiero, mediático, superando el espacio y
el tiempo por medios electrónicos. Hasta que hay que hacer cosas tan
antiguas como llenar el depósito, encender, refrigerar, calentar,
beber, construir, comer.
De manera que en este siglo XXI podrían resurgir con fuerza
conductas bárbaras y de poder, instintos básicos, racismos y
xenofobias, retóricas nacionalistas, guetos sociales (tanto para los
excluidos como para las élites dominantes), profetas y gurús
salvadores. Una economía criminal global, de bancarrotas y burbujas,
con una clase media menguante y ya sin contrato social entre capital,
trabajo y Estado.
No veo yo el sueño de la Ilustración a nuestro alcance, tampoco
que la era de la información y el futuro digital nos abran las
puertas a una libertad sin precedentes. Avanzamos con paso firme, más
bien, hacia un nuevo Medioevo; eso sí, con mucho Google, Facebook y
Twitter
(Publicado en la sección de OPINION de La Voz de Galicia el 22 mayo de 2012)
1Cito
por la edición en castellano de Alianza Editorial.
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