miércoles, 1 de abril de 2015

Despilfarro en el transporte aéreo mundial


  
Es ésta una actividad en la que los ahorros en la gestión en todo su proceso (reservas, embarques, navegación, control, etc.) debido a los avances en la automatización y digitalización explican una escalada geométrica de sus actividades. Así mientras en la década de los 60 del pasado siglo tomaron un vuelo 1.300 millones de personas, en la primera década del siglo actual lo hicieron más de 7.000 millones. Hablamos de sextuplicarse en cincuenta años.

Tienen razón sus abanderados en sostener que los riesgos de tal proceso de automatización en sus actividades no se ha traducido en una mortalidad creciente por accidentes. Pues a pesar de las noticiables y enigmáticas desapariciones de aviones en pleno vuelo, lo cierto es que entonces (1962-1971) murieron unas mil setecientas personas y ahora (entre 2002 y 2011) lo hicieron apenas ciento cincuenta .

Pero no sucede lo mismo con los efectos energéticos y ambientales de aquella escalada de pasajeros y abaratamiento de los vuelos. Ya que para las dos próximas décadas -entre el año 2012 y el 2035- se estima un crecimiento de los consumos de queroseno de un 45%, pasando de 6,3 millones de barriles diarios a 8,2 millones de barriles (fuente AIE); sobre todo por la incorporación al modelo de consumismo aéreo occidental de viajeros de nuevos países emergentes (Brasil, China o Rusia).

Un consumo voraz, pasado y futuro, y un abaratamiento en el que no computan los costes en la sostenibilidad de los recursos naturales y de las emisiones de efecto invernadero. Los costes del crecimiento económico del PIB turístico. Lo que E.J. Mishan tituló ya en el lejano año de 1969: “Growth: the price we pay” (traducido aquí por Oikos-Tau en 1971 como Los costes del desarrollo económico).


En esa joya de libro de economía (que nuestro mundo editorial es incapaz de reeditar, ni con el pretexto del fallecimiento el pasado año de este singular economista) se denostaba una invasión turística mundial “resultado de que el precio de viajar se halla muy por debajo de los costes sociales en que se incurre al hacerlo”, una carrera masiva por “gozar de ello antes de que la multitud lo invada”. Con lo que, consecuentemente, para él “sólo puede aventurarse una fórmula que conseguiría en gran medida variar esa tenebrosa tendencia: una ley internacional en contra del tráfico aéreo”.

Argumentos que, bien se ve, serían hoy calificados por muchos de antisistema, cuando en realidad los que ponen en peligro nuestro ecosistema (los verdaderos antisistema) son ellos mismos. Aquellos que ya para el E.J. Mishan que escribía en los años 1960, “se han dejado impresionar por la nueva familia prototipo propietaria de un aeroplano, dos fuera borda, tres coches y cuatro aparatos de televisión”